martes, 23 de junio de 2020

...

En ningún caso, bajo ningún concepto, el fondo habría justificado las formas. Ningún fondo de peso habría justificado mi actitud.

Me equivoqué. Y no hay en ello más culpable que yo. No quise verlo además. Tardé tiempo en hacerlo, en entender en qué medida me había equivocado, a cuantas personas había fallado, y cuanto daño me había hecho.

Traté de mantenerme erguido, pero el peso y la tormenta interior finalmente me doblegaron. El agujero negro fue entonces vasto, inmenso. Y comenzó entonces mi segunda lucha. Comprendí entonces que no tendría el perdón de terceros, de ningún modo. Pero que tenía que buscar mi propio perdón, sobre la base de un trabajo intenso, larvado dentro de mí.

Los seres humanos estamos llamados a fallar, no somos máquinas. Tenemos defectos y virtudes, claros y oscuros. Y lo malo no es fallar. Lo malo es que pensamos que eso nos deja ya para siempre fuera de toda credibilidad, de toda capacidad para crecer personalmente aprendiendo del error.

He trabajado en ello. Y me he perdonado, hace nada. Para poder seguir adelante.

Y pido perdón. A las personas que siempre hemos querido ser solo buenas personas no nos importa humillarnos frente a los demás reconociendo nuestros errores. Por eso lo pido. Aunque ya no lo necesite para vivir. Lo pido porque al hacerlo reconozco mi error.